sabato 26 luglio 2025

Mi carta a Rosa Montero sobre la cuestión de la caza y sobre todo de como muchos lo actúan con el medio ambiente


 Hola Rosa,

soy Ciro un profe de secundaria en una pequeña ciudad en las laderas del Vesubio. Te escribo después de haber leído, en el País Semanal, tu artículo sobre la caza, los cazadores y la criminalidad inherente a esos personajes. No te escribo sólo como convencido animalista sino como activista. En efecto, en mi tiempo libre, soy Guardia Venatoria del WWF, es decir que hago el guardabosques como policía administrativo en la Provincia de Nápoles. Es un trabajo voluntario que me permite de luchar contra la caza ilegal, la contaminación y el maltrato animal en mi país.

Empecé este dificil camino desde hace mucho tiempo, principalmente cuando supe del sacrificio de Angelo Prisco, un mariscal de Guardia de Finanza que fue brutalmente asesinado en 1995 por dos cazadores furtivos que perseguía en el Parque Nacional del Vesubio. Entender que se podía morir para proteger el medio ambiente me indignó y me tocó el hecho que la comunidad de San Giuseppe Vesuviano, ciudad de nacimiento del Angelo, pronto se olvidó de él, viendolo como una figura incómoda o un tonto que había muerto por nada, nada por lo cual valiese la pena morir.

¿Por qué te escribo esto? Porque estamos en tierra de camorra, la mafia napolitana, de la que todos hablan pero a la que nadie quiere ver, y sobre todo, la que está en cima de cada principio de legalidad, real o ficticia que sea. La imagen de Angelo Prisco fue manchada con una capa de rumores que nada tenían que ver con la realidad: que era una cuestión pasional; que había descubierto algo más, algo que no tenía que ver; y que no era posible ser matado por dos liebres y unas becadas. Eso es el punto de la cuestión, en un país donde se sigue muriendo por un zapato manchado o por una cuestión de precedencia en un cruce, a los demás no parecía posible ser matado por un presumido derecho ancestral de caza.

Cuando pasó lo de Angelo, eran unos pocos meses que había nacido el Parque Nacional, una conquista para los defensores de la naturaleza vesuviana, un sitio precioso que, a pesar de su Volcán activo, es una de la áreas más pobladas de Europa. Hoy, después de 30 años, a la mayoría de las personas, el parque es indiferente, según muchas de ellas, impone sólo vínculos y no permite el desarrollo de las comunidades locales. A pesar de estos vínculos, durante este tiempo, el Parque Nacional ha sido objeto de cientos de vertederos ilegales, sigue con sus cinco vertederos históricos, antecedentes a su realización y, en sus bosques, en buena parte quemados durante el incendio del 2017, todos hacen lo que quieren, contruyen, contaminan, corren con sus motos, ensucian y sobre todo cazan aunque sea vedato.

El derecho feudal de cazar, de considerar privado lo colectivo es una actitud arraigada profundamente aquí: lo que está cerca de mí, es mío; lo que he siempre hecho, lo continuaré a hacer, y eso sigue adelante por encima de cada ley, legal o moral que sea.

Ser animalista y ambientalista en mi país significa ser un bicho raro, ser visto como un afeminado, siempre que sea un insulto, un vago que no tiene nada que ver con la realidad o el pragmatismo del mundo real, a menos que, tu activismo no sea formal, el que mira más lo global y que no toque lo local, lo que sí tiene nombre y apellido.

Yo seguiré mi camino, aun si creo que va a ser inútil, y lo haré porque tengo la responsabilidad del ejemplo que tengo que dar, porque soy mayor, soy padre, soy docente y porque la muerte de un joven de 27 años no puede quedarse así, sin una razón.

Link all'articolo di Rosa Montero

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